- Jorge Otero
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Cuando eres niño, tus más grandes héroes no llevan capa ni espada. Tus héroes están en casa y les llamas papá y mamá. Y si tienes la suerte de tener hermanos mayores, ellos también se convierten en tus héroes. Te cuidan, te crían, te protegen y te guían.
Uno de mis héroes es mi hermano mayor, Enrique. No vestía como un héroe convencional; su atuendo era una chaquetilla, un delantal y un gorro, y su armadura, los platos, ollas y cocina. Su mejor arma: Un cuchillo, sazón y pasión.
Él se independizó hace mucho tiempo y se fue de casa, migrando a otra ciudad. Recuerdo que siempre nos enviaba encomiendas que esperábamos con mucha ilusión. Nos llegaban postales de los lugares que visitaba, que nos parecían fascinantes, y una carta para cada uno, escrita a mano, en la que nos decía que nos recordaba, nos contaba sus anécdotas y nos daba consejos para que nos portáramos bien.
A pesar de la distancia, siempre se mantenía cercano, y nos hacía sentir que también estaba orgulloso de nosotros, a pesar de ello nunca hubo oportunidad de decirle lo orgulloso que me sentía de verlo triunfar en otro pais.
En abril de este año, mi héroe voló alto y nos dejó. Su rival fue una enfermedad complicada que, pese a luchar a capa y espada en silencio, no pudo vencer, dejando un gran vacío en la familia. Con él se fueron sus sueños, metas, su alegría, su solidaridad y su carisma. Ya no hay más postales, cartas, fotos, platos de comida, ni mensajes de WhatsApp.
Este mes es su cumpleaños, y también se cumplen seis meses de su fallecimiento. Aunque ya no esté físicamente, su recuerdo sigue muy presente en nosotros.
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